lunes, 15 de octubre de 2012

Décimo Inning




Sean Burroughs nunca dudó en regresar con Bravos de Margarita. Asegura que puede escribir un libro sobre su vida


Sean Burroughs es uno de esos importados que juega durante el invierno para disfrutar de la experiencia y del ambiente que se respira en los estadios, de los aficionados y de un “buen parguito frito” a la orilla de playa en Margarita.
“Es divertido”, asegura. Por eso no dudó en regresar cuando la gerencia de los Bravos lo contactó.
“Ahora sé qué comer y qué no. Arepas, empanadas y el panqueque grande con queso en el medio (cachapas). La pasé muy bien con mis compañeros y los fanáticos son excelentes ¿Por qué no iba a volver?”.
Ya no se trata de hacer ajustes o mejorar sus habilidades.
“Lo veo como una aventura. Aquí vienen jóvenes que tratan de encontrar en esta pelota la oportunidad de mejorar su contacto y elevar el promedio, batear para poder o hacer ajustes en la defensa. A mi edad (32 años). Sé lo que puedo hacer. No voy a cambiar mi swing. Quizás mi parada en el plato o cómo mover mis pies. De cualquier forma ayuda mucho. Estas jugando. Observas pitcheos. Tratas de mantener las cosas simples”.
Jugar beisbol y ganar, “sin importar lo que cueste por el nombre de Margarita en el pecho”, dice Burruoghs en un español que aprendió en la escuela y que mejoró con compañeros dominicanos durante sus primeros años en ligas menores. “Todavía me cuesta armar algunas oraciones, pero lo intento. Y cuando me entrevistan para la radio o la televisión trato de no decir una mala palabra, de esas que escuchas en el clubhouse”, sonríe.
Los lunes intenta surfear con el coach José Alguacil, uno de sus mejores amigos. Aunque extraña las olas de Long Beach, California, donde reside. “Es sólo bodyboarding. Así que nos subimos y pateamos. José lo hace muy bien (risas)”.
Otra divertida aventura, esta vez a unos cuántos kilómetros de casa. Nada que le sea extraño. La vida de Burroughs nunca ha sido apacible.
Fue un niño prodigio en su comunidad. Apareció como extra en exitosos shows televisivos a finales de los 80. “Dallas, Saved by the bell (Salvado por la campana) y Knots landing (Vecinos y amigos). Gané algo extra como actor”, vuelve a esbozar una sonrisa.
Fue pitcher y campocorto del equipo de Long Beach que ganó las Series Mundiales de Pequeñas Ligas en 1992 y 1993, bajo el mando de su padre Jeff Burroughs, que jugó durante 16 años en las mayores y fue el Más Valioso de la Liga Americana en 1974.
“Mi padre es mi héroe, mi ídolo. El era un derecho de poder y jardinero. Yo soy infielder y bateador zurdo de contacto. Somos diferentes. Pero compartimos mucho. Hablar con él siempre me ha ayudado”.
Poco después de sus logros en las Pequeñas Ligas, fue invitado por el reconocido presentador David Letterman a su programa en Nueva York, que se transmite a lo largo de toda la unión. En ese momento, su incipiente carrera seguía en ascenso.
Fue estrella de la preparatoria Wilson y en su último año ligó .528 de promedio, con 7 jonrones y 38 producidas en 29 encuentros. Además reunió excelentes calificaciones que le sirvieron para conseguir una beca deportiva con la Universidad del Sur de California, que rechazó en 1998, cuando los Padres de San Diego lo firmaron por 2,1 millones de dólares, tras escogerlo en la primera ronda del draft amateur.
Dos años después ganó la medalla de oro con la selección de beisbol de su país en los Juegos Olímpicos de Sidney. Su futuro era brillante.
Sólo que después de ser titular con San Diego, entre 2003 y 2004, perdió la pasión por el juego y comenzó su descenso. Tocó fondo y pasó casi cuatro años sumergido en la adicción a las drogas. Su familia, en especial su padre, lo ayudó a recuperarse y en 2011 volvió a ser noticia tras regresar a las grandes ligas.
“Todavía me siento joven de corazón. Así que seguiré jugando”, asegura. “Después tendré tiempo para pensar en todo lo ocurrido. Quizás hasta escriba un libro. Tengo muchas cosas que contar”.

Esta columna apareció publicada en el diario El Nacional el 15 de octubre de 2012



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